Un cuerpo planetario del tamaño de Mercurio podría haber sido un ingrediente esencial para la formación de la Tierra tal y como la conocemos; y haber contribuido de forma decisiva, al incrustarse en el núcleo terrestre, a la formación de la fuente de calor necesaria para poner en marcha la rotación del núcleo y la consiguiente formación del campo magnético de nuestro planeta.
En un artículo que se publica este miércoles en Nature, un equipo de investigadores de la Universidad de Oxford, encabezado por Anke Wohlers, afirma que este escenario puede explicar, también, por qué la cantidad de ciertos elementos raros que se dan en la Tierra no se corresponde con la composición que deberían tener los meteoritos y demás materiales a partir de los que, supuestamente, se formó nuestro planeta.
Metales raros
Por ejemplo, la corteza y el manto terrestres tienen un porcentaje mucho mayor de dos metales raros, el samario y el neodimio, que el de cualquier meteorito, y ello a pesar de que se supone que esos son, precisamente, los «ladrillos» a partir de los cuales nuestro mundo fue creciendo hasta alcanzar su tamaño actual.
Determinar la composición del núcleo terrestre es una tarea difícil debido al hecho de que solo una pequeña parte del planeta resulta accesible para los investigadores. Por eso, la mayoría de las estimaciones se derivan de la comparación de las rocas terrestres con asteroides (estudiando los fragmentos que caen en forma de meteoritos), considerados como los «ladrillos» a partir de los cuales se fue construyendo nuestro planeta.
La mayoría de los modelos de formación planetaria, en efecto, predicen que los planetas fueron creciendo a base de ir acumulando cuerpos más pequeños (llamados planetesimales) con diámetros entre los 10 y los 100 km. Pero según Anke Wohlers, con eso no basta.
Del tamaño de Mercurio y rico en azufre
En experimentos en los que se reproducían las condiciones en las que la Tierra se formó, Wohlers y sus colegas han demostrado que esta anomalía en la proporción de elementos raros podía conseguirse con solo añadir a la «receta» de la Tierra primitiva un cuerpo del tamaño de Mercurio muy rico en azufre. Además, los autores sugieren que el núcleo terrestre resultante contendría uranio y torio suficiente como para generar la energía (en forma de calor) que se necesita para poner en marcha su rotación y activar así el campo magnético, uno de los elementos clave para la protección de la vida.
Los intentos anteriores por explicar la alta proporción de samario y neodimio proponían la existencia de una «reserva oculta» de estos materiales en lo más profundo del manto terrestre, o incluso que dichos materiales fueron aportados a la Tierra por colisiones posteriores. Además, los modelos que incluyen una menor cantidad de azufre en la Tierra primitiva producen escenarios en los que los elementos capaces de producir calor no consiguen integrarse en el núcleo, con el resultado de que éste nunca habría empezado a girar.
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