Las civilizaciones antiguas dejaron escasos testimonios de las lluvias de estrellas, aunque no las catalogaron como tal. Así, en el siglo II a.C., los chinos dejaron una referencia de una observación cometaria en El libro del príncipe de Huai-Nan (1057 a. C.), escrito por Liu An durante el reinado de Wu.
En el Egipto Antiguo, en la estela de Tutmosis III, hallada en el primer patio del templo de Amón en Gebel Barkal, hay una inscripción que bien podría referirse a un avistamiento de estrellas fugaces. He aquí un fragmento de la transcripción:
"Era la segunda hora cuando vino la estrella que venía desde su sur. Nunca había sucedido igual. Se lanzó (la estrella) hacia ellos en oposición. Nadie permaneció allí de pie. [Yo los masacré como los que no existen, estando ellos tirados en su sangre] [caídos en un montón]. Entonces, estaba el [uraeus] tras ellos con el fuego tirados hacia sus caras. Nadie encontraba su mano entre ellos ni miraba hacia atrás. Sus caballos no estaban, estaban desbocados [...]". (Fuente: La astronomía en el antiguo Egipto, José Lull)
Existe otra observación registrada, también en el mundo egipcio, recogida en el documento El cuento del náufrago. Describe un meteoroide que supera la fricción de la atmósfera, impacta y causa la muerte de muchos seres vivos. El relato forma parte de la literatura egipcia, aunque no se puede descartar que estuviera basado en un suceso real que acaeciera tiempo atrás:
"Totalizábamos 75 serpientes con mis hijos y mis hermanos sin mencionarte". (Fuente: La astronomía en el antiguo Egipto, José Lull)
Los cometas fueron interpretados en la antigüedad como mal augurio por prácticamente todas las culturas porque se creía que no estaban sujetos a ninguna ley natural
Los cometas fueron interpretados en la antigüedad como mal augurio por prácticamente todas las culturas porque se creía que no estaban sujetos a ninguna ley natural, desafiaban el orden del Cosmos. Sin embargo, los meteoritos, es decir, los pedazos supervivientes de los meteoros que llegan a impactar contra la superficie terrestre, eran en ocasiones empleados en templos como piezas del cielo vinculadas a una divinidad de carácter celeste. De hecho, varios templos que todavía se mantienen en pie conservan meteoritos como parte de los elementos que rodean el culto de lo sagrado, como el aerolito de la Piedra Negra de la Kaaba, en La Meca.
Otra función más profana es el uso que le dieron los egipcios antiguos de extraer hierro (hierro del cielo, lo llamaban), de alto contenido en níquel en comparación con el hierro terrestre, con el objetivo de elaborar utensilios de gran valor.
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