11/2/16

Así descubrimos la primera onda gravitacional

A finales del pasado agosto, dejé mi confortable vida como doctorando en la Universitat de las Illes Balears (UIB) e hice las maletas con destino a EE UU, hacia el estado de Washington, donde iba a ser colaborador externo en el LIGO Hanford Observatory. En aquel momento no tenía ni idea de lo que esa estancia iba a suponer para mí, ni para nadie, porque quién nos iba a decir que en ese periodo se detectaría la primera onda gravitacional en la historia.

El día anterior había sido un día normal, y en la casa que compartía con mis compañeros de colaboración, Chris Biwer, Elli King, Jordan Palamos, Vincent Roma y Marissa Walker, supimos que algo extraño estaba sucediendo porque despertamos con un aluvión de correos y mensajes que nos tenían tremendamente intrigados. Era evidente que la rutina se había alterado y estaba pasando algo importante. La pregunta rondaba en nuestras cabezas: ¿era posible que hubiera comenzado la fase de inyecciones de señales artificiales fuera de un periodo de observación, O1? Si ese no era el caso iba a ser algo tan impactante que casi ni nos atrevíamos a pensarlo.

Momento histórico

La ilusión y la incredulidad se apoderaron de nosotros, un tsunami de preguntas y más preguntas se llevaba por delante todo lo que había sido trabajo tranquilo y sereno"
Como casi siempre, la respuesta se produjo de forma inesperada. Nada más llegar al observatorio, Jeff Kissel publicó un registro poniendo en evidencia que no era un una inyección de señal artificial, ya que en este mostraba una señal nula de los canales sobre los que se producen este tipo de procedimientos. A partir de ese momento, la ilusión y la incredulidad se apoderaron de nosotros, un tsunami de preguntas y más preguntas se llevaba por delante todo lo que hasta entonces había sido trabajo tranquilo y sereno. Al mismo tiempo, la euforia iba creciendo y la emoción de estar participando en un acontecimiento absolutamente extraordinario me llevó a pensar que había tenido mucha suerte. Todos los que estábamos allí sabíamos que estábamos viviendo un momento histórico para la ciencia.

Pensaba en mis mentores y en mis compañeros del departamento de la UIB. No podía dejar de compartir ese momento con ellos. Michael Landry, mi tutor en el observatorio, me autorizó a comunicarme por Skype con la Dra. A. Sintes, mi directora de tesis, para intercambiar impresiones sobre lo que estaba pasando. Fue un gran momento. Alicia me preguntó qué sentía, cuál era mi visión al estar en el observatorio. Le respondí de inmediato que, a pesar de la incertidumbre que allí se estaba viviendo, la visión general era que en este caso no había sido una inyección artificial, sino que algo asombroso había sucedido.

Pasaban los días y el trabajo continuaba, pero la sensación de euforia silenciosa y contenida iba creciendo en el ambiente del observatorio. Todos estábamos muy inquietos porque era difícil asimilar lo que acababa de pasar, pero era imposible encontrar otra explicación y ello implicaba que, efectivamente, las ondas gravitacionales habían sido detectadas por primera vez. Se estaba haciendo historia y se abría la puerta a una nueva era del conocimiento.

Haber estado allí es una experiencia indescriptible, tanto desde el punto de vista profesional como del personal. La emoción, la incertidumbre, la certeza y la incredulidad ante lo que se está viviendo son sensaciones enriquecedoras y haberlas vivido en primera línea, como colaborador externo, es un privilegio del que estoy profundamente agradecido. El resto ha sido una carrera de obstáculos y trabajo incesante para poder presentar a la comunidad científica y al publico en general este maravilloso acontecimiento, GW150914.



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