La pregunta de si existe materia orgánica en Marte, un requerimiento esencial para la vida en ese planeta, ha sido debatida por la comunidad científica durante mucho tiempo. En un intento averiguar la respuesta a esta pregunta, el robot Curiosity de la NASA, que aterrizó en Marte en agosto de 2012, ha llevado a cabo investigaciones directas del suelo marciano. Después de calentar muestras de dicho suelo, se detectaron e identificaron moléculas orgánicas simples con los sistemas de medición de a bordo.
Una de las sustancias detectadas fue el clorometano (compuesto conocido también como cloruro de metilo), que contiene átomos de carbono, hidrógeno y cloro. En un primer momento, se creyó que este compuesto pudo haber sido formado durante los experimentos de calentamiento de la muestra por una reacción entre los percloratos en el suelo marciano y una sustancia de a bordo. Así pues, si bien el cloro del clorometano procede de Marte, se consideró que el carbono y el hidrógeno habían sido traídos al planeta por el robot Curiosity.
Curiosamente, este tipo de material orgánico había sido también identificado en experimentos muy anteriores, realizados durante la misión Viking en 1976, pero el compuesto fue también considerado como un contaminante terrestre.
Una investigación reciente ha dado un giro inesperado a la historia. Esa materia orgánica detectada recientemente por el Curiosity, y quizá incluso la detectada en la misión Viking, probablemente no se debe a la contaminación traída desde la Tierra. Un equipo internacional de científicos liderado por Frank Keppler, profesor en la Universidad de Heidelberg en Alemania, sugiere ahora que el compuesto orgánico gaseoso clorado, el clorometano, procede del suelo de Marte, derivando su carbono e hidrógeno de los meteoritos que cayeron en la superficie del planeta.
Esta conclusión está respaldada, entre otras cosas, por mediciones isotópicas hechas por los científicos, que replicaron algunos de los experimentos del vehículo de aterrizaje marciano. En estas investigaciones, se usaron muestras de un meteorito de 4.600 millones de años que cayó en Australia en 1969.
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