Si el universo fuera estático y con una distribución homogénea de las estrellas, su número aumentaría con el cuadrado de la distancia y su brillo disminuiría en la misma proporción, por lo que recibiríamos la misma cantidad de luz de las próximas que de las distantes. Si a 10 años luz del Sistema Solar hubiera, pongamos por caso, 50 estrellas, a 20 años luz habría 200, pero serían la cuarta parte de brillantes, por lo que su brillo global sería equivalente al de las 50 más próximas. Y esto valdría para todas las distancias, por lo que, aunque el universo no fuera infinito, el firmamento sería una superficie continua de puntos luminosos y la temperatura sería elevadísima. Esta es la paradoja de Olbers (preanunciada por Kepler y otros prestigiosos astrónomos).
Afortunadamente (pues de lo contrario no estaríamos aquí), el universo no es estático y, además, la distribución de las estrellas no es homogénea: se concentran por miles de millones en las galaxias, que a su vez se agrupan en cúmulos, supercúmulos y, tal vez, filamentos.
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