Dependiendo de la masa de una estrella determinada, su muerte será de diferente manera. Las que son muy pequeñas, mucho menos que el Sol, siguen viviendo desde casi el principio del Universo, hace unos 13.700 millones de años. Su muerte es lenta y por enfriamiento y pueden durar decenas o cientos de miles de millones de años, como si el tiempo no les afectara.
Las estrellas como el Sol tienen una muerte diferente. Este tipo de estrellas suelen durar unos 10.000 millones de años y ya hemos visto muchas de ellas en sus últimas convulsiones. Las estrellas del tipo solar, cuando llegan a su madurez, se hinchan, convirtiéndose en gigantes rojas, verdaderos monstruos que son capaces de engullir a sus planetas más cercanos. Es el caso el Sol, que dentro de 5.000 millones de años se inflará tanto que Mercurio, Venus, la Tierra e incluso Marte estarán dentro de él. Tras un período de millones de años, solo quedará el núcleo al descubierto del Sol, una enana blanca del tamaño de la Tierra. Se enfriará y desaparecerá y será el fin del Sistema Solar. Pero es tanto tiempo, que no cabe en mente humana, y habremos llegado a otros planetas de otros sistemas estelares, mientras tanto.
Pero hay un tipo de estrellas muy especiales, aquellas que son mucho más grandes que el Sol y tienen una muerte muy diferente y violenta. Son las explosiones supernovas. Hay una ley universal que dice que cuanto más grande es una estrella menos durará, pues consume mucho más rápidamente las reservas que tiene de hidrógeno, helio y otros elementos más pesados. Nuestro Sol lo consume a un ritmo normal y las estrellas enanas casi no se preocupan de ello, por eso su longevidad.
El hidrógeno en las estrellas es como el oxígeno para el ser humano: no nos podemos quedar sin él, moriríamos. El oxígeno de las estrellas es el hidrógeno y cuando terminen con él, el proceso hacia la muerte se acelera. El hidrógeno, por la temperatura de la estrella, se convierte en helio. Esto la hace subsistir pocos millones de años más en su agonía de muerte. El convertir un elemento en otro hace que la estrella se expanda, son como explosiones termonucleares, pero la omnipotente gravedad empuja de la estrella hacia dentro, en un tira y afloja.
A la estrella no le queda más remedio que seguir procesando elementos químicos cada vez más pesados, para aguantar el peso de la gravedad, pero llega un momento en que no es capaz de convertir más elementos. La fuerza de la gravedad, sin prisa, la espera. Y llega su momento. Gana la gravedad y la hunde, la comprime y la estrella libera una ingente cantidad de energía, similar al brillo de toda una galaxia con 100.000 millones de estrellas.
Pero hay otros sistemas de detonación de estrellas, vinculados a sistemas dobles estelares. Este es al menos el caso de una de las supernovas que ahora podemos ver con prismáticos.
Hoy es posible ver dos supernovas fuera de nuestra galaxia, una casualidad que apenas se da. Máxime cuando estas dos supernovas se hacen visibles con telescopios medianos. Esencialmente la que ha explotado en la conocida galaxia M 82. La de M 82 es una de las supernovas más cercanas que ha explotado después de la de nuestra galaxia vecina de la Gran Nube de Magallanes en 1987 a 168.000 años luz.
Parece mentira que donde solo vemos una galaxia en forma de nube, sin estrellas, porque se encuentra a 12 millones de años luz, aparezca una estrella bien visible y detectable con cualquier telescopio. Una estrella que explotó hace doce millones de años y que ahora estamos viendo. La emoción del evento es inenarrable por lo espectacular y lo grandioso del mismo. Es un evento único al alcance de muchos, incluso utilizando prismáticos. Esa supernova, la denominada SN 2014 J, en la galaxia M 82 en la constelación de la Osa Mayor, fue descubierta por el astrónomo Steve Fossey, del University College de Londres y confirmada el 22 de enero por las Universidades de Princeton y Caltech y fotografiada desde el Observatorio Astronómico de Almadén de la Plata (Sevilla) por Ramón Álamo López y el equipo de Miguel Gilarte Fernández, Cristina Rodríguez Blanco, Rafael Muñoz Martínez y Manuel Majarón Olivares.
En realidad, no se trata de una sola estrella, sino de una pareja formada por una enana blanca y una gigante roja. La enana blanca, con mayor fuerza de gravedad al ser muy densa, atrapa las capas exteriores de la gigante roja, cayendo sobre su superficie. La enana blanca, en cuestión de segundos, quema una enorme cantidad de carbono que a una estrella normal le llevaría siglos, de tal forma que surge una impresionante detonación que hace elevar el brillo de una insignificante enana blanca imperceptible con los mayores telescopios, hasta alcanzar a ser vista desde una gran parte del Universo. Este tipo de supernovas, son de tipo Ia y son fenómenos muy raros
La galaxia M 82, también llamada la del cigarro, ubicada en la constelación de la Osa Mayor, se encuentra dentro de un cúmulo “cercano” de galaxias dominada por la galaxia M 81, y M 82 es prototipo de galaxia de formación estelar, sin forma definida, donde se crean una infinidad de estrellas, debido a la cercanía de la aún mayor galaxia M 81 donde se registró uno supernova en 1993, ante todo el brote estelar ocurrió en M 82 hace 500 millones de años. Es el efecto gravitatorio entre ambas lo que crea tal cantidad de nacimientos estelares. Es una galaxia, rara e intrigante.
La misma noche pudimos contemplar otra supernova, en una galaxia denominada NGC 3448, una débil galaxia de magnitud 14,6 en la constelación de la Osa Mayor. Para ver esta supernova (SN 2014 G) hacía falta la técnica de la astrofotografía, pero lo curioso es que en una misma noche no se da un caso de dos supernovas visibles. Es cierto que el Universo contiene más de 100.000 millones de galaxias, lo que implica que casi todos los días debe explotar alguna, pero de ahí a que se hagan visibles dos de ellas, va un abismo.
Fuente
Web http://grupogabie.blogspot.com/
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